Hace 7 años llegó el verdadero amor a mi vida, ese que te mantiene despierta ya sea solo para contemplar su belleza o para vigilar su sueño durante una enfermedad.

Lo habíamos esperado con ilusión y nuestras expectativas sobre el parto eran pocas pero claras, un parto vaginal sin intervención, dejemos que la naturaleza haga lo suyo. Realmente no teníamos tampoco mucha opción, pues vivíamos en Inglaterra y ahí “las cosas así eran”.

Llegando a la semana 42 me internaron para inducirme el parto, Diego estaba muy cómodo y sin prisa para salir, y como no, ¿acaso hay mejor lugar que nuestro primer hogar?

Después de tres días de lo que fue una larga espera ya en el hospital bajo supervisión médica, las parteras accedieron a romper mi fuente y finalmente terminó mi parto en cesárea de emergencia. Me dieron a mi bebé en apego inmediato y se quedó conmigo el resto de mi estancia en el hospital, pues ahí no existen cuneros.

Felicidad, cansancio, dicha, hormonas, dolor, alegría, una mezcla de todo en tan solo un momento. Me prendí a Diego tal cual lo habíamos leído y según me dictó mi instinto.

Durante el embarazo tuve claro que daría pecho, así lo planeé y así sería. Llegando a mi cama, cerca de las 11 de la noche, “invitan” a Miguel a retirarse “no están permitidos acompañantes durante la noche”.

El día siguiente realmente estaba agotada, no sabía que hacer con él, mis pechos me dolían, los pezones me empezaban a sangrar, yo pedía fórmula pues mi bebé lloraba y la enfermera en turno me decía: “sigue dándole”, sin ofrecer ayuda u orientación, sin ofrecer una mirada amable y compasiva; solo hazlo.

Mientras escuchaba a la mujer de la cama de al lado (eran habitaciones comunes de 6) “what a noisy people” , yo lloraba y lo único que quería era el abrazo de mi esposo. La enfermera, la mujer de al lado, diciendo: “todo va a estar bien”, “los estás haciendo bien”.

Después de 3 días confieso que esperaba ansiosa el momento de llegar a casa y darle a mi bebé un biberón, saciar su hambre y liberar a mis pechos de esa “tortura”… y así fue.

El postparto nunca me lo imaginé, menos con cesárea y aún menos con mis pechos tan lastimados. Lo que había leído acerca de un buen agarre, posturas para amamantar y todos sus beneficios, se disolvía al escuchar el llanto hambriento y desesperado de mi bebé.

Recuerdo que lo pegaba a mi pecho, diez minutos de un pecho, diez minutos del otro y después, el biberón para “rellenar” y mi creencia errónea se reforzaba cuando veía que al extraerme lograba juntar 2 máximo 3oz de mi leche.

A las 6 semanas decidí terminar mi lactancia materna. “No has de tener suficiente leche, ya no te tortures” me dije, y ahí terminó mi lactancia, mis planes y mis expectativas sobre amamantar, e incursioné de lleno en el mundo de las fórmulas lácteas para bebés.

Seis años después regresamos a México y la vida nos regaló la luz de Miranda, y con ella esa oportunidad que te brinda la espiral de la vida de hacer, de intentar, de resolver tus asuntos pendientes una vez más. Está vez me topé con maravillosas mujeres que están lactando y me acerqué a ellas.

El mundo es diferente cuando a través de sus relatos sientes como el amor se desborda y como la fuerza, la seguridad, la decisión y la pasión hacen lo suyo. Miranda nació a las 41 semanas por cesárea, después de haber esperado que fuera natural. Sí, me sentí desilusionada y triste cuando conversando con el médico en la sala de LPR, mi doula, mi esposo y yo coincidimos en que era el momento. Esta vez ya me sabía el camino y con mayor fortaleza espiritual lo afronté; lo más importante era tener en mis brazos a mi bebé.

La historia del inicio de mi lactancia fue muy similar, mis pechos dolían, mis pezones sangraban y la presión social en México de las visitas postparto, en hospital y casa, son abrumadoras. Decidí no visitas, pese a las críticas. Pero lo más importante y lo que definitivamente marcó la diferencia para el éxito de mi lactancia fue el apoyo incondicional, el contacto continuo y no soltar de la mano a ese maravilloso grupo de mujeres sabias que confían en las bondades del cuerpo femenino y de la naturaleza, mujeres empoderadas y que empoderan, que no juzgan, que son soporte. Una gran red de apoyo.

Hoy, después de 9 meses y medio de lactancia materna exclusiva, puedo decir que es una de las mejores experiencias como mujer, como madre y no porque mi experiencia con Diego no haya sido igual de gratificante, sino porque esta vez aprendí a confiar en mi cuerpo, en esa maravillosa capacidad que tenemos los seres humanos de crear vida, confiar en las grandes bondades que la madre naturaleza nos ha regalado y confiar en nosotras ¡las mujeres!


BARBARA ORTEGA