¡Hola, mamis!
Antes que nada, permítanme presentarme. Me llamo Jimena García y trabajo diario para ustedes en este sitio, apoyando a Laura G y a un gran equipo para darles un buen contenido en esta página a la que le he tomado mucho cariño y que tratamos de hacerla cada día mejor para que ustedes puedan informarse y sentirse parte de la comunidad de Proyecto Mamás.
Dicho esto, les cuento que ayer fue el cumpleaños número 3 de mi hija y por eso le pedí a Laura que me diera la oportunidad de tomar este espacio para contarles mi experiencia como mamá. El nombre de mi pequeña es Julieta. Es una niña súper latosa, risueña, llena de energía, de amor por los animales, por las resbaladillas, el helado de chocolate, el spaghetti y en general; por la vida.
Rara vez veo a Julieta enojada o triste y si sucede es que de plano algo muy feo le pasó. Pero la verdad es que soy afortunada de tener una hija que ve el mundo de manera positiva, como ojalá todos pudiéramos hacerlo.
Ahora estamos en el proceso de mejorar nuestra vida, pero hace tres años, cuando ella nació, la situación era completamente opuesta. Yo acababa de parir y desde el instante en que tuve a mi bebita en mis brazos, supe que la relación de pareja que tenía y mi compañero de vida; no eran los correctos.
Hoy más de tres años después, tengo toda la fuerza para escribirlo y decirlo: VIVÍ ABUSO EMOCIONAL. Yo jamás recibí un golpe, una cortada, un puñetazo o bofetada; ni siquiera un escupitajo o jalón de cabello. Sólo fueron insultos por más de 2 años, insultos que aunque yo me decía: “no le hagas caso, tú eres muy fuerte”, poco a poco destruyeron mi autoestima, mi ideología, mi personalidad y hasta en algún punto, mis ganas de vivir.
Cuando comenzó mi noviazgo, todo iba bien. Yo venía de una decepción amorosa de alguien a quien amé mucho. En ese momento yo era reportera en un periódico de circulación grande, vivía con mi hermano en nuestro depa, me compraba ropa cada quincena, me iba de fiesta con las amigas; tenía una vida independiente, bonita y divertida. Pero me sentía sola.
Y sentirte sola a veces te hace cometer muchooos errores, cuando ahora que lo he estado durante los casi 2 años que llevo separada, he aprendido que la soledad es bonita. Pero mi error de aquel entonces fue confiar en alguien que sólo me veía como un objeto.
Nos conocimos en el trabajo; él fotógrafo y yo reportera. Desde el inicio comenzó a escribirme seguido: me ponía que estaba muy guapa, que a ver cuándo salíamos y cosas así. Empezamos a vernos, me invitaba a cenar, comer, él siempre pagaba todo, era muy abierto sobre su pasado y su vida, según él “muy transparente” porque no le importaba lo que la gente pensara de él. Y eso me atrajo mucho, pensé que nunca había conocido a nadie igual, tan honesto, tan seguro de sí y (perdonen la expresión) tan vale madre.
La verdad es que mi embarazo no fue planeado. Pero cuando pasó, lejos de asustarme, me dio mucho gusto. Porque recordé cuando tenía 24 años y una vez me dije: “quiero ser mamá de los 25 a los 29 años. Antes de los 30”. Y en ese momento tenía 26, así que recordé ese momento y pensé que los deseos sí se cumplen, aunque a veces se te olviden.
Fue justo desde ese instante que mi relación con esa persona cambió. Me pidió que me fuera a vivir con él, lo cual me emocionó mucho porque pensé que era un compromiso total con su bebé y conmigo. Pero desde el primer día que puse un pie en su casa, todo fue para mal. Lo primero que hizo fue tirar mucha de mi ropa y tenis. Yo amo los Converse y los Vans; recuerdo que regresé del trabajo y ya no estaban. ¿Su respuesta? “Ya estaban viejos y la madre de mi hija no va a usar ropa de vagabunda”.
Todos los días, conforme crecía mi pancita siempre había un insulto para mí: “no sabes hacer nada”, “tus papás criaron a una inútil”, “como es posible que aún no hayas acabado la carrera”, “piensas como niña chiquita, ya madura”; y cuando eran peores alcanzaban palabras como “perra”, “estúpida”, “imbécil” o “cerda” en los últimos meses cuando gané más peso embarazada. Él decía que eran bromas, que así se llevaba y que yo no aguantaba. Pero soportar insultos y diario; fue una pesadilla.
Luego nació Julieta. Desde que la vi en la sala de partos, sentí un amor que nunca había experimentado por nadie o nada. Ella se convirtió en mi todo. Y las primeras palabras de su papá al verla, fueron: “está bien azteca. Ni siquiera pudo sacar tus ojos o los de tu papa” (yo los tengo verdes oscuros y mi papá verdes claros). Estaba decepcionado de su hija.
Y así siguió durante los siguientes meses. Decía que su hija era una “marrana”, porque afortunadamente tuvimos una bebé que siempre comió bien y tuvo buen peso. Él y su familia me atacaban criticando mi forma de criarla, vestirla y hasta amamantarla (decían que mi leche no la llenaba y necesitaba fórmula). Se burlaba de la flacidez de mi estómago, porque quedé delgada, pero tardé en tonificar de nuevo el abdomen. Decía que un día iba a matar a mi hermano y a mi papá, porque ellos jamás quisieron entablar una relación de amistad con él. Espiaba mi celular, pero si yo le decía algo del suyo me gritaba hasta hacerme llorar. Me quitó absolutamente todo mi dinero, desde mis ahorros, hasta mis quincenas y mi dos pagos de incapacidad por maternidad. Me hizo cortar comunicación con todas mis amigas y seres queridos, porque decía que eran malas influencias. Y algo que jamás he hablado con nadie y hoy tengo el valor de confesarlo: me obligó a tener relaciones sexuales, aunque yo no quisiera, porque según él, era mi obligación como “su mujer” y él podía humillarme y hacer lo que quisiera conmigo.
Después de esto, toqué fondo. Diario veía a mi hija que crecía tanto y era feliz. Entonces dije: “ya no puedo darle una vida así”. Fue cuando hablé con mis papás, les dije que ya no amaba más a esta persona y que si no me iba ahora, lo que seguiría sería violencia física. Así que ellos me ayudaron y tres meses después del primer cumpleaños de mi pequeña, me separé y jamás volví con esa persona.
Cuando tomé terapia, me dijeron que viví violencia emocional tan fuerte, que casi me hizo perder todo. Y por eso quería compartir mi experiencia con ustedes. Porque ninguna mujer, ni hombre, merece que otra persona lo haga menos. Todos tenemos errores, pero una pareja buena será capaz de decírtelos y ayudarte a superarlos, sin necesidad de denigrarte u obligarte a hacer cosas que no quieres. Así que si hoy viven algo parecido: salgan de ahí. No vale la pena quedarse, porque la mayoría de las veces los abusadores nunca cambiarán, ni siquiera con ayuda psicológica. Y al final los afectados serán ustedes.
Lo más importante que pueden hacer para salir es encontrar aquel punto que los haga muy fuertes y con el que se sientan indestructibles. El mío fue Julieta. Lo fue en ese instante, lo es ahora y creo que lo será siempre.
Y les juro que yo perdí todo en ese proceso: a mi familia, amigas más queridas, mi trabajo… ¡a mí!. Pero poco a poco la vida pone todo en su lugar y hoy me siento bonita otra vez, veo a mis amigas de nuevo, tengo el apoyo por completo de mi familia, trabajo en dos lugares donde me siento apreciada y querida por mi trabajo y… ¡ya puedo usar mis converse de nuevo! O sea que, sí se puede. No les diré que es fácil, porque eso depende de cada persona, pero se puede y más cuando tienes una motivación tan grande como en mi caso es mi hija. Así que si hoy leen esto, no lo vean como alguien que se puso como víctima o que les quiso dar lástima, sino como una historia que tiene la misión de ayudarlos a no vivir algo parecido y que así puedan ser más felices.
PD. Gracias totales a Laura por prestarme este espacio para compartir mi historia, por su paciencia y apoyo siempre. A Marisol por contarme sobre Proyecto Mamás TV y a Guillermo por guiarme en el uso del sitio. ¡Sin ustedes no sé dónde estaría! Pero gracias por encima de todo a Julieta. Mi pequeña de tres años recién cumplidos y el gran amor de mi vida.