Ya lo había platicado, soy madrastra. Me encanta el horror que provoca el término. A la gente literalmente se le descompone la cara cuando mencionas esa palabra que en películas como Blanca Nieves nos enseñaron a temer, pero es el término oficial y no me parece tan malo.

No soy la única ni en la vida ni en mi círculo de amigas, donde todas somos madrastras de las buenas, no somos brujas que encierran a los niños en el sótano, ni las convertimos en cenicienta, ni los envenenamos con manzanas. Aprendemos a quererlos, cuidarlos, conocerlos y verlos como cercanos.

Tampoco vemos a los hijos de nuestro marido como propios, porque ellos tienen a sus papás, pero como dicen, si quieres al árbol, quieres a las ramas y aunque suena sencillo puede no ser tan fácil.

La trama se complica porque estamos como en el limbo y hay que buscar el equilibrio. No es una posición sencilla y como lo digo siempre, sólo quien está de este lado y vive la situación sabe cómo puede ser. No se puede opinar de lo que no se conoce. Para algunas madrastras sin duda, ha sido más difícil de lo que ha sido para mí, y por eso también me considero afortunada.

Aprendes en el camino. En mi caso, fui madrastra antes que mamá, para uno de mis hijastros (también palabra del terror) es lo cotidiano porque es prácticamente la vida que conoce, estoy con su papá desde que él tenía dos años y mi presencia en su vida ha sido hasta hoy, muchos años después, la constante. Así que en ese sentido no nos costó trabajo adaptarnos, los dos chiquillos eran preescolares y nos fuimos conociendo y queriendo en el trayecto.  Cuando llegó su hermano, las cosas simplemente fluyeron y así ha sido desde hace casi seis años. Soy una mamá-madrastra.

Comunicación, aprendizaje, confianza, entender que los hijos son lo primero y apoyar a su papá cada vez que lo necesiten y hasta donde te dan las posibilidades, al final formas parte de su círculo y estás ahí si necesitan platicarte una aventura de su vida o que te quedes con ellos cuando su papá tiene un compromiso. Trabajar como equipo, pues.

Solía leer un blog de una madrastra española muy “guai” y hasta me envió el libro que escribió se llama “La novia de papá” una de sus frases no se me olvida: “y si me divorcio ¿también me divorcio de las hijas? ¿Dónde se estipula en la ley los derechos de convivencia y amor que tienes con ellas y quién me defiende entonces? ¿A mí quién me ayuda con el triple duelo que cargaría?”.  Así tan cierto y claro, la complicada posición en las que podemos estar las madrastras y apechugamos.

Porque estableces una relación independiente a la que los niños tienen con sus papás, es diferente y es tuya, es suya. Por eso creo que es un rol que está aún menos valorado y entendido que el de la mamá, que por derecho natural puede amar, educar, equivocarse y corregir, pero como madrastra, nos quedamos con el derecho que nos da el corazón.