Vamos a partir de la base de que amo a mi hijo por sobre todas las cosas y es sin duda lo mejor que me ha pasado en la vida y que me siento muy cómoda siendo mamá.
Dicho esto y con apenas un par de días de vacaciones, siento que lo quiero mandar a un campamento, internado de verano o algo parecido para que desfogue su energía, porque mientras yo estoy hecha una piltrafa, tras jornada electoral laboral, ceremonias escolares y otras actividades extras, él tiene la pila cargada al cien y yo simplemente no puedo hacerle segunda.
De plano el fin de semana él apagó la tele del “cuarto de los papás”, que se quedaron profundos a las 8 de la noche viendo “Lluvia de hamburguesas”, se puso la pijama, se fue a recoger su cuarto, siguió despierto un par de horas más y se metió a la cama solito hasta que el sueño lo venció. A la mañana siguiente, a las 6:30, sin que saliera el sol, ya estaba listo para lo que seguía. ¡Niños!
Entonces esta madre casi repta del cansancio y el niño de seis años brinca por los sillones, convierte su cuarto en zona nuclear, derrama slime por toda la casa, deja sus obras de arte en casi todas las mesas, ve la tele, arma legos, se disfraza y se olvida de guardar los trajes y casi casi trepa por las paredes. Dos días, sólo dos, de vacaciones y la mamá ya no sabe cómo hacerle.
El único consuelo que tengo es que sigue yendo a sus clases deportivas en las tardes, entonces al menos no está encerrado y tiene pequeños momentos para liberar el punch, momentos que claramente han resultado insuficientes. Y solo estoy hablando de sus dos primeros días de vacaciones. Tenemos planes y salidas programadas, pero los primeros días son de ajuste, sobre todo para su mamá que sigue en horarios laborales y aún no está de descanso.
Su papá quiso insinuar que yo exageraba con eso de que al chiquillo le urge un curso de verano. Le bastó comer con él para darse cuenta que ese chango que brinca en la cabeza se toma muy en serio su papel de vacaciones y de ser libre. Terminó dándome la razón.
Quisimos que tuviera unos días libres antes del dichoso curso, para que disfrutara el placer de no hacer nada y, ¡vaya que ha sabido explotarlo! Ya nos percatamos que sí necesita ocuparse, aunque sea un rato en las mañanas, y dejar que su mamá cargue pila para seguir siendo su pareja de juegos y chofer de las tardes. Así, todos contentos. No es que una necesite descanso de ser mamá, jamás, pero llegamos a estar tan acostumbrados a la rutina que estos períodos nos hacen recordar que en casa tenemos un torbellino disfrazado de niño.
Y que quede clarísimo y a favor de mi conciencia, no es que me queje de su energía, al contrario, la agradezco, es sólo que a veces no puedo seguirle el paso. Debe ser, como dice él, que ya estoy “ancianando“.