Jamás me imaginé que una semana después estaría escribiendo por un nuevo temblor, un nuevo susto, más fuerte (aunque no en intensidad), una nueva tragedia.

Y regresó la angustia, el temor, el terror y la sensación fue mucho peor que el pasado 7 de septiembre, porque tu hijo no estaba contigo. Cuando bajé a la calle, en cuanto se empezó a mover mi edificio, sólo podía pensar en”mi bebé”, en ese momento una luminaria de la esquina de mi casa (lámpara de la calle) se cayó. Entonces empecé a temblar.

Ahora entiendo la importancia de aquella frase que dice “la mejor escuela es la que está cerca”. Nunca para mí tuvo tanto sentido, nunca me pareció tan adecuada. Pude ir caminando por mi hijo, no tardé más de 15 minutos en estar con él. Pero supe después de la desesperación de las mamás que tardaron hasta dos horas en llegar por los suyos. Atrás del kínder de mi hijo se desplomó un edificio. La misma cuadra. Distinta suerte. Bendita suerte.

De camino a casa vimos escombros, gente que seguía en la calle, los coches sin moverse y personas llorando. El niño de cinco años empezó a hablar y hablar, a hacer preguntas, me contó cómo se agarró del pizarrón y se movía, que se le llenaron los ojos de lágrimas pero no sabía por qué. Y las horas que siguieron siguió hablando del tema y de pronto decía “va a volver a temblar, ¿qué vamos a hacer?” y le cambió el humor.  A mamá y a papá les toca contenerlo, escucharlo, pedirle que dibuje lo que siente, no evitar el tema, pero abordarlo reconociendo sus emociones, buscando (dicen los expertos) que tenga un cierre positivo, a lo mejor resaltando “nosotros estamos bien”, “estamos juntos”, “nuestra casa no tiene daños”, “la gente está unida”, o algo por el estilo.

En casa no había luz ni gas y sólo tenía 20 por ciento de pila en el celular que alcanzó para enterarme que los míos estaban bien e informar que nosotros estábamos bien. Horas después, cuando tuvimos energía, el niño de casa se aventó un ratito de noticias (ya sé, muy mal), ya ven que su mamá es periodista, y se le agudizó el temor. Yo tenía que ir eventualmente a trabajar y él pidió que por favor me quedara, que tenía miedo. Enfrenté por primera vez un dilema que jamás me había tocado. Quedarme o ir, como siempre lo había hecho, a trabajar durante una eventualidad. Ahora soy mamá.

Afortunadamente había equipo completo en el trabajo y pude estar en la noche con él, dormir un rato juntos y darle paz. Apuesto que ningún adulto pudo dormir tranquilo, las sirenas no dejaban de sonar y los mensajes en el celular tampoco. ¡Qué noche tan complicada!

No tengo palabras para la escuela que colapsó. Llevo años viviendo de cerca las noticias, viendo imágenes estremecedoras, escribiendo historias, pero esto te pega, no hay “callo” que resista los niños de una escuela, ni los edificios derrumbados, personas atrapadas, las familias que no corrieron con la misma suerte que la tuya. Y lo que queda es agarrarse de la buena fortuna, resaltar la ayuda que da la gente, y la que puedes dar tú, la solidaridad, el amor volcado en medio de una tragedia que parte el corazón.