Desde que era niña recuerdo el festejo como algo abrumador. Entre que todo el mundo se estresaba en casa por el festival, el vestuario, si ya era tarde. Si había comida familiar teníamos que estar arregladas y a tiempo, o si íbamos a un restaurante (rara vez) había mucha gente y como que nunca nadie estaba contento. ¡Y para colmo! cada año sin falta cantar la dichosa “Señora, Señora” (la alucino) o “mamá” de Timbiriche (siempre provoca nudo en la garganta). Lo único que salvaba ese día era que mi abuela hacía una de sus comilonas deliciosas y mis primos llegaban a jugar.

Y no, mucho tiempo no me llevé bien con mi mamá. ¡PUM! Hay todo un tema alrededor de las madres, como si fuéramos intocables, como si la labor de absolutamente todas fuera impecable y no se pudiera criticar, porque simplemente va en contra del concepto mágico-místico que tenemos de mamá. Y como en mi caso no era así de especial, puedo asegurar que no todas las relaciones madres-hijos-hijas son maravillosas.

Alguna vez con un amigo, con el que entre muchas otras cosas tengo en común la relación poco estrecha que teníamos con nuestras mamás, platicábamos de lo mal que nos veían los otros si expresábamos con honestidad nuestro sentir sobre cómo nos llevábamos con ellas. Te podías sentir muy incómodo si en una charla de “confianza” expresabas tu verdadero sentimiento. Pero, aun así, fieles a nuestra manera de pensar, lo hacíamos. Aunque nos vieran como bichos raros. Creo que es más triste negar el hecho de que “el deber ser” con tu mamá no es y además fingir que sí.

Tener una relación poco convencional con la que te dio la vida puede ser motivo de muchas interpretaciones. Hay una anécdota que recuerdo muy bien de esa forma nuestra de ser diferentes. Tenía 17 años y un 10 de mayo acompañé a mi mamá a su trabajo en la escuela, quería ver el festival de los chiquillos. Estando con sus compañeros enfrente de mí, soltó una de esas frases: “Los hijos cuestan más de lo que valen”. Esa era/es mi mamá. Con toda su honestidad, su frustración, su carácter aflorando con quien estuviera. Muchísimo tiempo después yo comprendería que seguramente ser mamá a los 21 años y lidiar sola con cuatro hijas no era tarea sencilla.

También sé (este si no es mi caso), de situaciones muy lamentables en el terreno maternal, casi a diario nos enteramos de personas que por alguna razón incomprensible son mamás, de niños que no encontraron la protección y el acompañamiento esperado, sino todo lo contrario. Pero, aunque es muy triste, no se trata de echarles a perder los festejos de mayo.

¿Cuándo aprendí a comprenderla y perdonarla? ¿Cuándo surgió la empatía hacia ella? Respuesta obvia. Cuando fui mamá. Ahora no tenemos la relación más cercana, ni solemos ir a tomar cafés como lo hacen muchas de mis amigas con sus madres. Pero estamos en una etapa diferente, es una abuela amorosísima e intenta, a su manera, ser la mamá que alguna vez deseamos tener en casa. A nuestro modo, tenemos un buen entendimiento, porque todas las relaciones son diferentes.

Hoy puedo decir que de mi madre he aprendido que en ese rol nos podemos equivocar mucho, muchísimo, que las adversidades de la vida dejan marcas que a veces tocan a los hijos y hay que trabajar en ellas, también de las cosas que no me gustaría repetir, y tengo clarísimo que sin duda siempre van a estar ahí para nosotros.

Y aún ya de mamá, me sigue chocando un poco el 10 de mayo. Me entusiasma mucho ir al “Family Day” en la escuela de mi hijo, pero no puedo con los convencionalismos y la comercialización del día de las madres. Algo similar me pasa con el 14 de febrero, para que no crean que sólo tiene que ver con mis traumas.

Para mí el día de las madres ideal es un tiempo conmigo (comparto todos mis días con el chiquillo). Un masaje, disfrutar una comida con tiempo, tarde libre, vino con las amigas o cuatro capítulos de una serie. Ya me lo di una vez y tal vez lo repita pronto. Porque tampoco soy mamá amargura. Sí voy a la comida tradicional, recibo con cariño la manualidad que con tanto empeño hizo el de 5 años, pero no soy una mamá común y estoy muy a gusto con ello. De eso se trata, de estar cómodas con nuestra forma de ser mamás.