Si tienes un hijo de cualquier edad que le guste el futbol, me vas a entender. Es un deporte maravilloso que requiere muchísimo compromiso de parte de los papás y las mamás, pues hay entre semana dos o tres entrenamientos; y el fin de semana el partido en el fin del mundo… Y no creas que estoy exagerando, especialmente si le tocó el partido de las 7:45am y es a una hora de distancia de tu casa. Pero bueno, ¡¿qué no haríamos por verlos felices?!

Así pasan los meses, hasta que por fin llegan los finales de la liga y dos meses de merecidas vacaciones de futbol, donde casi extrañas a las mamás de los otros niños, que de tanto verlas ya parecen tus comadres. Los equipos en realidad se vuelven familias y es maravilloso.

Todo va muy bien hasta ahí… el problema es cuando la exigencia de los padres de familia, lleva a la imperiosa necesidad de ver a sus hijos GANAR A COMO DÉ LUGAR, y en vez de competidores, se convierten en rivales. Triste ver cómo se gritan entre tribunas. Hay quienes incluso le gritan a los mismos niños del equipo contrario: “suéltalo”, “sucio”, “metete con alguien de tu tamaño ¡grandulón!” aunque ninguno pasa el 1.20 y tienen máximo 6 años.

Sé que la pasión es la pasión, pero cuando ya se llega a los insultos y a los golpes por parte de un equipo al otro, es una vergüenza verlo. Incluso en el Club Asturiano, hubo tantas riñas entre padres de familia por rivalidades deportivas en el “Campin” -que es donde juegan los pequeñitos hasta 7 años- que tuvieron que poner un enrejado de gallinero para separar a los papás de los dos equipos y evitar pleitos.

Esos malos ejemplos y esas necedades son una parte del problema, pero lo peor que he visto en todos mis años de mamá futbolera, sucedieron este domingo, cuando el equipo de un colegio de los dizque muy “nice” del poniente de la ciudad se comportó de manera indigna y reprobable al obtener el triunfo:

Imagínate que ya ganaron, nosotros aceptamos la derrota y como es costumbre en estos partidos íbamos a echarle una porra a los ganadores, aceptando su triunfo. En esas estábamos, cuando los ganadores comenzaron a aplaudirle burlonamente a quienes perdieron… y no sólo eso, sino que sus padres comenzaron a hablar en voz muy alta diciendo: “mariquitas, ¿no que ganaban?, nos la pelan” y demás cosas que no voy a poner, porque está muy grueso todo lo que decían. Total que uno de los papás de los insultados ya no aguantó y se le fue encima al que se burlaba y así acabó todo a golpes.

¡Qué vergüenza! ¡Qué tristeza! ¡Qué lástima!

Todo eso sentí al ver la prepotencia y la falta de educación que demostraron los alumnos, sus padres y hasta el coach, quienes parecen sentir que al tener dinero o posición, el mundo les pertenece. Este es precisamente el México que nos arruina, donde se cree que por tener un poco más, eso te da derecho a pisar a los demás y toman cualquier oportunidad, como un partido de liga infantil, para demostrar su superioridad. Repito: ¡Qué vergüenza! ¡Qué tristeza! ¡Qué lástima!