Se desbordó el vaso, se llenó de piedritas el saco, me tenían “hasta acá”, en fin, se acabó la paciencia.

Porque un día pasa y no es para presumirse, pero si existen mamás que no han perdido la paciencia alguna vez que nos cuenten cómo lo han hecho. Una sola. No recuerdo hace cuánto no me sentía tan frustrada y llena de emociones ambivalentes y de sentimientos reprimidos como mamá. Pero un domingo cualquiera de triunfo futbolístico histórico y de tarde de pelis de amores se puede convertir en una batalla campal con un niño de seis años. Empiezas, claro, intentando contenerte, como toda madre que se respeta, tragándote tu enojo, hasta que se te sube a la cabeza y… ¡pum!

De pronto ya te enrolaste en una discusión con el chamaco, estás completamente enganchada y escuchas tu voz pronunciando las frases menos pedagógicas pero más típicas de la maternidad que te cuidas de no decir nunca como “ yo soy tu mamá y se hace lo que yo diga” , “ no somos iguales”, ¡Chin!, todo el récord de paciencia acumulado, de dialogar en vez de discutir, de sentarte y hablar a su nivel, de explicarle las cosas para que las razone y no tengas que obligarlo a que las entienda sólo porque tú lo mandas, todo eso tan esperado e ideal, sientes que lo tiraste a la basura en un momento.

A la distancia y el tiempo se sabe que no fue tan grave, pero al final la pelea terminó en llanto (de ambos, aunque él no haya visto el de mamá) y pidiéndole que guardara silencio porque si no entonces si te ibas a convertir en la peor mamá bruja que haya conocido. Palabras infalibles para que el hijo que está en su primera adolescencia, digan lo que digan, por fin deje de reclamar, exigir y gritar y llegue la paz en el momento del baño. Pues sí, todo el numerito por el eterno jaloneo a la hora de bañarse.

Cuando logras entrar en estado humano y recuperas la tranquilidad te das cuenta que fuiste víctima de la desesperación, lloras y te sientes la peor de las peores. No hay un lugar tan horrible en este mundo como el que tú te mereces por haber puesto dos gritos y dicho las horrendas frases de mamás, quieres autocastigarte por haberle pedido que guardara silencio o te ibas a convertir en bruja, cuando ya te sientes peor que la bruja de Blanca Nieves (la más cruel, según yo) y casi casi le hablas al terapeuta para una reunión urgente porque perdiste y el manicomio es poca cosa para ti.

Insisto, no fue tan grave como un simple pleito de esos que también empiezan a escalar cuando los niños crecen. Pasado el baño y cuando por fin hizo caso y guardó silencio, entonces regresa la prudencia, lo ayudas a secarse, lo abrazas y ofreces disculpas porque no son las formas. Claro, le explicas que no puede ser una batalla campal la hora del baño y que hay que hacer caso porque bla bla bla bla. Pero sientes que al menos el momento disfuncional está resarcido.

Ellos olvidan rápido, se les pasa en cuestión de minutos, vuelves a ser la mejor mamá del mundo y te dicen que te aman. Pero para mí es una noche de irme a la cama sintiéndome tantito chinche por dejar que ganara el monstruo de la impaciencia.