Qué mejor  temporada para demostrar lo chillonas que somos que la navideña. Han pasado cuatro años de  festivales y ésta madre sigue llorando en todos. Y sigo viendo a muchas más que también. Creo que ya cuando están por ahí de segundo de primaria se deja el lagrimeo. Creo.

Pero no es sólo ver al personaje de la pastorela y que sientas que te derrites, es ver la emoción con la que baila, coopera, y es feliz saludando  a sus papás, y estás tan sensible que hasta las palabras navideñas que dice la directora te conmueven.

Para no ir más lejos, simplemente  viendo un día un desfile navideño con sus personajes favoritos mi hijo gritó con tal emoción que la mamá y las dos tías estábamos escurriendo lágrimas. Mi sobrino de 14 sólo se tapaba la cara de la vergüenza que le daba ver a las señoras llorando con las emociones exacerbadas del cachorro.

Pero no sólo hay lágrimas, hay un chorro de emociones y chantajes jaja. Porque es la feliz época de “amenazar” a los niños con que Santa o los reyes  sólo les van a traer un carbón. Debo confesar que ese método va perdiendo efectividad con los años. Y ¡cómo no! si los chiquillos ya saben que eso no pasa. Hay que recordar que debemos cumplir todo, absolutamente todo lo que prometemos.  Regla de oro para mamá.

Obviamente estoy agotada. Es la época más feliz, chillona, y la más movida también. Entre comidas, cenas  y posadas, además los planes de casa de fin de año para que los chiquillos vivan la magia, de verdad no sé ni como sobrevivimos. Y sí además nos toca viaje de fin de año. Esto se convierte en un caos navideño muy luminoso.  Y  hay que sumarle todos los planes y compromisos del día a día. Bendito sea que las escuelas (al menos la mía) salen de vacaciones hasta el 22 y tenemos a los duendes de casa ocupados en sus mañanas escolares.

Entre la sensibilidad y las emociones a flor de piel, trato de reforzar en el chiquillo qué viva las fechas desde el agradecimiento y el amor. Y como él también es de lágrima fácil, cuando le hablo de las personas que son menos afortunadas sus ojos se llenan de lágrimas y le dan ganas de hacer cosas. Ya nos dijo que a Santa le va a pedir un juguete para los niños del sismo. Y pues claro, vuelvo a soltar la lagrimita.

Y así creo que me la llevo entre lágrimas y risas hasta por el 7 de enero. Antes decía que era hasta el 1 de enero, pero hace un par de años descubrí que también puedo llorar sin parar un día de reyes. Porque mi hijo grita de forma inimaginable cuando ve sus regalos deseados debajo del árbol (debo el video). Eso conmueve hasta a una roca. ¿A poco no?

Y por este año mamá pulpo se despide. Gracias por las lecturas, han hecho que me sienta muy acompañada en esta aventura de vida.