Así le dicen. Y lo fue para muchos cuando éramos niños y es aún mejor ahora que somos mamás. La gozadera se duplicó.

No son los regalos –bueno, para los chiquillos quizá sí–, son las luces, el ambiente, las reuniones con los que quieres, la comilona, las emociones exacerbadas, las ilusiones, poner el árbol, la espera para que llegue Navidad, los espectáculos, las risas, la parafernalia de los festivales escolares, las piñatas de estrella, ayudar o apoyar al otro, las compras, el nacimiento, la fraternidad, encontrar el regalo prometido, el dichoso espíritu navideño y hasta el frío.  Pero sobre todo la magia con que la mayoría de los niños vive la temporada y la contagia.

Yo, con un hijo, dos entenados y varios sobrinos, me he pulido año con año en las celebraciones. El punto de arranque fue sin duda la primera Navidad que viví como familia nueva, con los hermanos de mi torbellino (antes de que llegara él) cuando por primera vez fuimos al bosque ese lejísimos de la ciudad a cortar el árbol juntos. Hoy los niños (ya no tan niños) lo siguen recordando y siempre quedamos en que un día llevaremos al hermano menor, porque aún se la debemos.

Yo digo que ya me superé a mí misma. Y así, seguro, muchísimas madres. Buscando cada año alguna actividad nueva, significativa, y divertida. O más bien, una de cada cosa.

Acá, por ejemplo, tenemos el día de decidir qué juguetes va a donar a los niños que son menos afortunados, o comprar algunos nuevos para regalarlos y ahora que sentimos que el chiquillo ya está en edad, hacerlo partícipe en la entrega, para que viva la solidaridad y satisfacción que da compartir.

En la parte divertida, salir a ver las calles iluminadas, ir al parque de diversiones donde hay nieve artificial y le encanta, las posadas con sus amigos, contar árboles de Navidad cuando estamos en el tráfico, pensar el detallito para sus compañeros; obvio, poner el árbol, el calendario de diciembre en el que cada día es una cajita donde hay una pequeña explicación de lo que significa la Navidad (en casa, el nacimiento de Jesús), decorar la casa de jengibre, tomar chocolate caliente con “malvaviscos”, ir a ver a Santa y hacerle la carta, cantar el burrito sabanero y como mil villancicos más, ensayar y ensayar los pasos del festival y poner a su mamá a repetirlos si no le salen, contarle un par de veces la historia de Rodolfo el reno, leer los cuentos de Navidad, sacar los guantes y gorritos. Sin olvidar las travesuras de “Jingle” nuestro duende de Navidad.

Es una tradición ciento por ciento de los vecinos del norte: en serio, ¡se les ocurre cada cosa! Aunque no es una tradición muy arraigada aquí (como los reyes magos) nosotros ya encontramos a varios dueños de duendes y, de verdad, son los más entusiastas de tener un muñequito que cada noche aprovecha que todos están dormidos para hacer una travesura.

Entonces el encanto navideño se vive desde el día 1 de diciembre porque cada amanecer hay expectativa de ver qué travesura se le ocurrió a ese ser que supuestamente viene del Polo Norte.

Y como si no fuera suficiente ahora las mamás nos rompemos la cabeza para las ocurrencias del duende. Obviamente, ya tengo un equipo que me envía sus fotos y me da ideas para las nuevas travesuras. Nosotros tenemos uno mexicano que se llama Duende Mágico. No es pequeño como los elfos, que son de Estados Unidos, pero me encantó la idea de que fuera producto nacional. Y mi chamaco lo ha adoptado con todo el amor que tiene un niño de 5 años para un duende que viene de la tierra de Santa. Aquí les dejo unas de las cosas que ha hecho en los últimos días.

El niño de cinco años es normalmente un cascabel, pero en épocas navideñas también se supera a sí mismo. Aunque a veces me pone en apuros con sus dudas. Hace unos días me preguntó, así de la nada: “Mamá, ¿cuál es el objetivo de la Navidad?” Y claro que no estás preparada para una pregunta de ese nivel. Y tratas de que la reformule, pero como los niños no tienen un pelo de tontos, repite. “Lo que quiero saber es cuál es el objetivo de la Navidad”. Al final, creo que la respuesta lo dejó satisfecho. Dijo: “Ok, ya entendí y me gusta”.