Han sido días difíciles, hace muchos años que no vivíamos esto, que no nos sentíamos así.

Y ustedes mamás ¿Cómo van?, ¿el insomnio?, ¿la preocupación?, ¿el miedo?, ¿siguen saltando cuando escuchan un ruido inesperado?, ¿cuándo escuchan una sirena?, ¿se bañan en cuatro minutos y con la puerta abierta por si suena la alerta?, ¿Están durmiendo junto a sus hijos?, ¿Salen con miedo de casa?, ¿No quieren ir a trabajar para estar con ellos? , ¿Sienten todo el tiempo angustia?, ¿Tienen muchas ganas de llorar?, ¿sensación de corazón apachurrado? Y por si fuera poco,  algunas sienten que son las peores personas del mundo porque no han salido a ayudar a las calles, a los damnificados. No están solas, la mayoría nos sentimos igual.

Es normal y entendible, lo que se espera después de un hecho así, pero no debemos dejar que nos paralice, que nos cambie de manera negativa, porque entonces el miedo habrá ganado y el miedo no es buena compañía. Y si algo nos ha dejado esta tragedia es la lección de que hay que cambiar la perspectiva de vida y empezar de verdad a disfrutar y aprovecharla.

Catarsis tenemos que hacer todos. Es un proceso. El mini rey de mi hogar salió de casa hasta el jueves en la tarde. En el área infantil del restaurante donde estábamos conoció a una niña con la que jugaba al temblor. A él lo aplastaba una pared y moría, también se la pasa haciendo (según él) sonido de alerta sísmica, y si algo se mueve por el aire asegura que es un temblor. Aunque siento “feíto” ver cómo le afectó, mis expertas alrededor, psicólogas y terapeutas, me dicen que es lo mejor que puede hacer, porque lo está elaborando para poder asimilar y superar y la mejor manera de hacerlo es a través del juego. Hacer como que nada pasó, no es una forma eficaz de enseñarles de las adversidades de la vida. Y una vez más, hay que validar sus emociones.

El viernes en la tarde decidí desconectarnos, para mí nada de noticias, redes sociales, recorridos por zonas afectadas, acopio de ayuda  y si se podía ni mencionar el sismo enfrente del menor. Yo lo necesitaba, me urgía, y él también, pero no contaba con que muy temprano al día siguiente la alerta sísmica rompería mi tregua. El susto sirvió para medir mis nuevos tiempos de evacuación cargando a un niño de cinco años con peso extra por el yeso en el brazo y resulta que lo hicimos muy rápido y bien. Pero entonces se agudizó el temor y mantengo una batalla contra la paranoia, que aseguré no me alcanzaría a mí, o al menos no al grado que he visto en algunas de mis amigas. Y cuando quise darles paz a ellas, descubrí que también estoy alterada. Así que el domingo en la noche, después del trabajo, sola en el coche, dejé que fluyera. Pues sí, traía el llanto atravesado.

He visto en centros de acopio y albergues a niños llevando ayuda, armando despensas, repartiendo comida, formándose como integrantes de esta sociedad que está partida, pero que se levanta como equipo poco a poco. Niños que están construyéndose como personas compasivas, tolerantes, responsables, a quienes les importan los demás. Una de esas cosas maravillosas que nos levanta el ánimo.

También he visto mamás volcadas a sus hijos pequeños, enseñándoles en casa, en una ida al super a comprar víveres, leyendo un libro infantil de temblores, sobre la unión, la fuerza,  solidaridad, seguridad, sobre la importancia de compartir y el amor. Esa labor, aunque sintamos que es poca, es importantísima, porque también está forjando a los jóvenes y adultos de mañana, esos que saldrán a partírsela por el otro.

Desde la trinchera en la que estás coma mamá; embarazada, con bebé, niños chiquitos, niños grandes, adolescentes o jóvenes,  no tengas la duda que podrás seguir adelante y que lo estás haciendo bien en el lugar donde te encuentras, acompañando a tus hijos, escuchándolos, abrazándolos, cuidándolos, llevándolos a donar, haciéndolos partícipes desde donde les toca. Y toca seguir pa ´lante, con el corazón todavía triste pero bien llenito.