“Cabrón, cabrón (diez veces más), feo, esos tontos, es que vale madres…”

Así se descosió mi menor de cinco años en su espacio para decir lo que quiera y como quiera. Lo llamamos “se vale todo”. No más de cinco minutos sin restricciones. A veces él lo pide, como esta última que quería decir muchas veces malas palabras y otras, cuando lo veo muy explosivo, yo lo establezco. Es un momento no sólo para decir groserías, ¿eh?, pero donde puede expresar todo lo que quiere y siente sin que haya un solo regaño de por medio. Alguna vez ha confesado una travesura y se avienta unas risas explosivas cuando ve que en serio se vale todo.

No me da orgullo que sepa “maldecir” y de verdad trato de controlar mi vocabulario vergonzoso enfrente de él, pero de que se me salen, se me salen y además el resto de las personas ni siquiera intenta controlar su repertorio de groserías en presencia del chamaco. Así que es una triste realidad, de esas que esta mala madre no pudo evitar, pero sí, mi hijo se las sabe. Obviamente las aplica muy bien y claro que no las dice en su vida diaria, porque está muy entendido que sólo las dicen los adultos y le suplico cuando escucho que ya tiene una nueva, que no la vaya a repetir, sobre todo en la escuela. Hasta ahora nos va bien con eso.

No es un tema reciente, cuando tenía tres años recuerdo perfecto, y lo tengo anotado en su libro de frases (luego les platico la maravilla que es), que un día me dijo: “Creo que mi papá tiene un amigo que se llama güey. Todo el tiempo estaba en el teléfono güey, güey, güey”. A ver, eviten reírse ante esa increíble deducción infantil. Es un reto imposible.

“Se vale todo” fue idea de nuestra asesora de estimulación oportuna, cuando era bebé. Y creo que sirve como desahogo. No es diario, pero el niño siente que de pronto tiene absoluta libertad y no habrá una sola consecuencia por las cosas que diga. El objetivo es que conforme vaya creciendo sienta que hay un momento para decir (como quiera), lo que siente, piensa, hace y que normalmente no se animaría a decirle a sus papás. Un espacio para construir confianza. ¡Ojalá funcione! Al menos nos da chance de desestresarnos por completo de vez en cuando.

Normalmente me sorprendo cuando lo escucho en ese momento, pero también es un agasajo ver la energía que desprende porque no puede creer que si dice algo “prohibido” su madre mantiene el temple, sonríe y lo deja descontrolarse. Es un respiro para él y una oportunidad de conocerlo de otra manera.