Estás sentada en una mesa de mamás en la fiesta infantil, platicando. De pronto… gritos y llanto. Todas nos levantamos como si sonara una alerta sísmica, nos asomamos, unas corren, otras regresan a la silla cuando ven que no les toca ir y otras, ya muy expertas, no se inmutan. Y en segundos escaneamos la situación. Primero, saber si es un chico que se cayó o lastimó y aunque te preocupas, siempre te sientes aliviada de que no haya otros involucrados. Porque si es pleito entre menores entonces hay tensión. Yo respiro cuando veo al mío de cinco años alejado de la escena.

Pero no siempre es así, y a veces tu menor es el protagonista de algún incidente o pleito, que si estás en confianza no te preocupa, pero si estás en algún lugar ya sea restaurante, fiesta, parque, donde hay desconocidos, tienes que lidiar con todo el sentimiento que te da un conflicto infantil, sientes entre pena, angustia y la obligación de no olvidar tu papel de madre responsable y soltar el conocido “eso no se hace “ o si es el caso, “dile que no te pegue” y volteas siempre a tu alrededor y sonríes porque sabes que te vas a topar con un papá o mamá (casi siempre) al pendiente de lo que ocurre, claro que hay tantito estrés por si te toca un padre de familia que no es muy empático y puede convertir la situación infantil en algo incómodo. Porque los adultos somos expertos en complicar las cosas. En el 99.9% de los casos a los niños se les olvida el asunto y a otra cosa. Y si no es una falta grave, pues es la mejor manera de resolverlo.

Aunque estamos en el mismo juego, las mamás-papás no siempre nos portamos como equipo. Afortunadamente, la mayoría de mis episodios han sido de tranquilidad y comprensión. Y cuando no, respiro hondo, digo lo que tengo que decir y no me engancho. Tener hijos pequeños, que están aprendiendo a controlar sus impulsos, manejar sus emociones y empiezan a entender que el mundo no gira alrededor de ellos no siempre es fácil y damos por hecho que nuestros pares en la misma circunstancia lo entienden, pero no siempre es el caso y en lugar de encontrar comprensión, ¡Pum! se desata un roce innecesario.

Por eso me da paz y extrema felicidad encontrarme mamás empáticas (amo la palabrita).  Muchas entendemos que a veces sí tenemos hijos gremlins, sobre todo si son niños (hombres, pues), y que mientras estemos al pendiente de corregir lo corregible, no hay nada de qué preocuparse cuando ellos se convierten en extrañas criaturas.

Hace poco fuimos a un festejo donde los invitados eran puros niños. Ninguno mayor de 6 años, bueno creo que solo uno. Fue muy cómico y caótico. Gritos, discusiones de superhéroes, partidos de fut improvisados que acababan con algún herido por una patada, pleitos por pokemones y también mucha fraternidad. Resultó toda una experiencia estar en una reunión de puro chamaco y ver que casi todos tienen las mismas broncas con el compañerito de al lado. Pero lo mejor fue que en las dos ocasiones que tuve que ir a ver en que andaba el cachorro, me topé con la comprensión de las mamás. Una que me dijo “no te preocupes, así tiene que ser y él tiene que devolverle lo suyo” y otra, que aunque estaba un poquito más alterada, concluyó el episodio con un: “niños al fin”. Con esa solidaridad le dan ganas a uno hasta de organizar uno de esos festejos masculinos.

Considero que sí hay situaciones que son “cosas de niños” y que en otros casos nosotras estamos a cargo de ponerles límites en su comportamiento y no dejar de pasar asuntos serios. Pero seamos empáticos con el de junto y no convirtamos un asunto menor (cuando lo es) en una cosa mayor. Todos estamos en el mismo barco, deberíamos echarnos la mano para que navegue en santa paz.